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Jugando a ser Dios

Prólogo

Cualquier simple mortal puede ver el exterior: un pulcro y sobrio edificio de hormigón que se alza desafiante en medio de los verdes montes y las clásicas casitas de pueblo. Sin embargo, muy pocos pueden saber lo que ocurre detrás de las inmensas cristaleras dobles que cubren la gigantesca construcción.

Un paseo por su interior nos descubre un fascinante panorama: un sorprendente sistema de seguridad protege y guarda el mayor equipo informático y humano dedicado única y exclusivamente a un único proyecto: conseguir una inteligencia artificial. Una veintena de hombres y mujeres intentan conseguir el sueño de muchos grandes científicos y programadores. Y parece que, por fin, están a punto de conseguirlo.

Por los vacíos pasillos del centro se accede a multitud de laboratorios, en los cuales se encuentra la más avanzada tecnología en forma de terminales y estaciones de trabajo, alimentadas constantemente por las ideas sin fin de los ingenieros, convenientemente traducidas en forma de programas.

Sin embargo, todo este material sería totalmente inútil si no fuese por el soberbio equipo instalado cinco metros por debajo del suelo: tres superordenadores, interconectados entre sí y a todos los laboratorios, ejecutan fielmente las instrucciones dadas por el personal. No tienen emociones, pero el pequeño ejército de científicos confía en conseguir dotarles de ellas en poco tiempo.

Ante tanto talento e inteligencia, casi pasan desapercibidas otras personas más modestas, pero no por ello menos importantes. Son estas personas las que se encargan de sacar brillo al suelo, de limpiar mesas y teclados del inevitable café derramado, de vaciar las múltiples papeleras que pueblan el edificio... Resulta curioso que en un centro dedicado a investigar la manera de que las máquinas hagan los trabajos pesados, se recurra aún a los humanos para realizarlos; sin embargo, el presidente... No, perdón, ¡El Presidente!, toda una eminencia en sistemas expertos, supo lo que hacía al decretarlo así: aún recuerda las fuertes discusiones que mantuvo por realizar experimentos sobre los robots limpiadores de la universidad; éstas quejas nunca iban por el mero hecho en sí, todo lo contrario, si no porque, invariablemente, el suelo permanecía sucio durante varias semanas, al no estar terminadas todas las modificaciones previstas a tiempo. El Presidente no quería jugar a ser el dictador del centro, porque sabía que solo conseguiría ganarse la enemistad de todo el personal.

Y la enemistad era algo que podía detener totalmente el proyecto. Un proyecto en el que había volcado media vida, y que ahora estaba a punto de dar fruto. Solo faltaba ultimar algunos detalles, y todo estaría listo para la ejecución de la última fase del proyecto.

Pero para esto, aún necesitaba algo, algo que el gobierno no le podía conceder en forma de subvención. Necesitaba a un voluntario, a un ser humano que prestara su conciencia, su forma de ser, al ordenador que estaban construyendo. Un hombre que les proporcionase el esquema neuronal necesario para que la máquina funcionase como un cerebro humano. Pero, ¿quien se dejaría duplicar? y sobre todo ¿sería ese quien el adecuado?. Ese era, sin duda, el mayor reto; pero ya había superado demasiados retos anteriormente como para que este le detuviese. Si fuese necesario, usaría su propio cerebro. Lo que temía, al igual que los demás, era tener que convivir con un doble de sí mismo. Pero estaba dispuesto a soportarlo, con tal de conseguirlo.

El elegido

-¡Bicho, sal de aquí!

El vigilante oyó la exclamación al otro lado de la puerta, y se apresuró a entrar. Lo que vio convirtió su alerta en jocosa hilaridad. Allí estaba un encargado de la limpieza peleándose... ¡con un gato! El felino escapaba y esquivaba como podía los escobazos que le propinaban, los cuales nunca llegaban a tocar ningún material de las mesas, aunque a punto estuvieron en varias ocasiones.

-Ralf ¿qué estás haciendo con Max? -dijo el vigilante a la vez que cogía con dulzura al gato.

-¿Le conoces? ¡Pues entonces llévatelo de aquí! Ha dejado perdido el laboratorio. Me van a matar si ven esto. ¿De donde lo has sacado?

-Apareció un día por aquí, y me gustó. Intenté llevarlo a casa, pero no quiso, así que lo escondí en un trastero. Tranquilo, ya me lo llevo. Si quieres te ayudo a limpiarlo.

Ralf se tranquilizó un poco.

-Gracias, pero es mi trabajo. Tu encárgate del tuyo, o también te caerá bronca. Los de arriba tienen el cerebro totalmente cuadrado.

-Demasiado tiempo con esos chismes. Se les secan las neuronas. En fin, me voy a mi puesto.

Ralf siguió limpiando. El laboratorio era muy grande, mucho más del que le había tocado inicialmente. Sin embargo, decidió cambiárselo a su compañero, porque en ese laboratorio era donde trabajaba María.

La puerta se abrió, y apareció un ayudante de laboratorio. Buscó en un par de cajones dos ficheros y se marchó, sin percatarse de que llevaba un recuerdo de Max el gato en las suelas. Ralf no pudo evitar sonreír.

No sabía la que se le venía encima...

Justo encima de él se encuentra la sala de juntas. Y se está celebrando una. Las caras de los oyentes son inescrutables muros, no muestran la más mínima emoción; todo lo contrario que El Presidente, el cual expresa una mezcla de satisfacción y preocupación.

-Señores, la fase final del proyecto está casi en marcha. Esta mañana se han terminado las pruebas del escaner de resonancia magnética nuclear que nos permitirá cartografiar nuestro cerebro cobaya, y han sido totalmente satisfactorias. Así mismo, se ha terminado la instalación del tomógrafo de emisión de positrones, que nos ayudará a asignar los valores de ponderación a cada neurona. Los programas de simulación se encuentran en su fase final, así como los encargados de la generación de la red a partir de los datos obtenidos con los dos escaners. Señores, mi más sincera felicitación. Han hecho un excelente trabajo.

Un alegre murmullo se extendió por toda la sala, el cual fue apagado rápidamente por El Presidente.

-Me alegra que se encuentren tan satisfechos como yo, pero aún nos queda un importante problema por resolver; supongo que ya sabrán a cual me refiero. ¿Quién será nuestro cerebro cobaya?

Los asistentes no pudieron hacer menos que mirarse unos a otros con cara interrogante. Sabían que no había ningún riesgo, tanto a nivel físico como psíquico; sin embargo, la idea seguía sin parecerle agradable a nadie. Todos querían seguir siendo los únicos "yo mismo" de todo el universo. La idea de un ordenador que fuese su doble les aterraba.

El Presidente se dio cuenta, por lo que decidió explicar su plan sin demora.

-Señores, en vista de que nadie de ustedes quiere someterse, deberé buscar a otra persona. Está claro que no puede ser alguien de fuera del laboratorio; necesitamos poder, digamos, tenerlo controlado. Por eso he decidido escoger yo mismo a cinco posibles candidatos, basándome en una serie de criterios de selección, entre el total de la plantilla. Son dos hombres y tres mujeres. No, no se alarmen. No son ninguno de ustedes. Y desde luego, no vamos a obligar a ninguno de ellos. Se les explicará exactamente lo que se va a hacer, recalcando que no hay ningún riesgo; y aquel que, voluntariamente, desee participar, se convertirá en nuestro cerebro cobaya. Creo que...

Una voz juvenil le interrumpió.

-Perdón, señor Presidente. Permítame hacer una pregunta. ¿Y si ninguno desea someterse libremente?

Toda la sala giro su cabeza para observar al hombre que interrumpió la disertación, el cual no pudo hacer menos que sonrojarse debidamente. Pero El Presidente fue benévolo.

-En ese caso, señores, yo seré el cerebro cobaya. No, no podemos buscar entre todo el personal; nos llevaría mucho tiempo, y el riesgo de que alguien se nos adelante sería altísimo. Debemos ser los primeros; por eso, si ninguno de estos cinco quiere, yo lo haré, aunque mi úlcera no lo resista.

Un murmullo aún mayor rodeó a los asistentes. Ninguno odiaba al Presidente, pero todos estaban de acuerdo en que uno sólo era suficiente.

El Presidente continuó.

-Creo que es la mejor opción de que podemos disponer. Si alguien tiene una idea mejor, será bien recibida.

Otra voz, femenina esta vez, surgió del grupo.

-Perdón, Señor Presidente ¿Podría explicarnos cuales han sido los criterios de selección?

-Desde luego. El primero ha sido tener un coeficiente de inteligencia relativamente elevado. No un genio, desde luego, eso sería tan ideal como difícil de conseguir; pero tampoco una persona de calle. Necesitamos un ordenador capaz de asimilar bien la información.

"El segundo, no ser ambicioso, ni tener prejuicios de cualquier clase. A nuestro ordenador se le puede llegar a dar misiones de mucha importancia, y todas estas características serían indeseables en él."

"Y, por último, no estar casado ni prometido. Nos podría traer problemas sentimentales."

"Para obtener toda esta información, un nutrido grupo de psicólogos han hecho un estudio de todo el personal basándose, entre otras cosas, en los test realizados hace dos meses. Supongo que los recuerdan. Aparte de esto, se han mezclado entre ellos y han conseguido información extra. Estoy convencido de que los cinco elegidos cumplen estos tres requisitos."

La mujer se sentó, y El Presidente aguardó alguna otra pregunta. Al ver que no llegaba, decidió cerrar la sesión.

-Bien, señores. Si no hay ninguna duda más, se da por terminada la reunión. Vuelvan a sus laboratorios y sigan trabajando. Nos espera la gloria eterna o el más absoluto fracaso. De ustedes depende.

Los asistentes se levantaron y salieron con tranquilidad de la sala. Solo quedó El Presidente. Se reclinó sobre su asiento y apretó un botón de su intercomunicador personal.

-¿L104?

Una sobresaltada voz surgió del pequeño aparato.

-Sí, señor Presidente; soy yo.

-Le espero en mi despacho dentro de un cuarto de hora.

Cortó la comunicación.

Un piso más abajo, Ralf se echó a temblar. ¿Qué le podía querer El Presidente? Solo era un encargado de la limpieza. ¿Tendría alguna queja?

Pronto lo descubriría.

La decisión

El presidente oyó tres suaves toques en su puerta. Se puso cómodo en su asiento y apagó su puro.

-Adelante.

La puerta se abrió, y ante él apareció un hombre de unos 29 años, moreno, de complexión atlética, con una ligera barba. Llevaba puesto el mono de trabajo del grupo de limpieza.

-Soy Ralf, código L104. ¿Me ha llamado, Señor Presidente?

-Sí, señor Ralf. Por favor, siéntese. ¿Fuma usted?

Le acercó su caja de Habanos, que Ralf rechazó cortésmente.

-No, gracias.

Ralf se sentó despacio, lleno de vergenza. ¡Estaba hablando con El Presidente en persona!

-Por favor, relájese. No tengo ninguna queja de usted. Le he llamado por otra razón. Supongo que habrá oído hablar del importante trabajo que estamos desarrollando en este centro. ¿Me equivoco?

-Si estoy bien enterado -dijo Ralf con timidez- están intentando construir una máquina que piense.

-Así es. Y el trabajo ya está casi terminado. Pero necesitamos algo, algo muy especial. Necesitamos un cerebro humano que...

Ralf se sobresaltó.

-¿Perdón? ¿Le he oído bien? ¿Ha dicho UN CEREBRO HUMANO?

-No se alarme. No se trata de disponer de un cerebro en un tarro de formol, como en las películas; ni siquiera de abrirle la cabeza. Lo que necesitamos es poder analizar a un ser humano para poder obtener un patrón por el que guiarnos. No hay ninguna clase de cirugía, se lo aseguro.

-Ya. Y... me han escogido a mí, ¿verdad? -dijo Ralf asustado-.

-Usted es la primera de cinco personas escogidas. Si no quiere hacerlo, preguntaremos a la siguiente. De todos modos, quiero recalcar que es totalmente indoloro. No sufrirá absolutamente nada. No le vamos a abrir la cabeza, ni nada por el estilo. Se lo garantizo. Lo único que vamos a hacer es estudiarle por medio de un escaner, similar a los que se usan en medicina. ¿Sabe a qué me refiero?

-Creo que sí. Hace dos años me hicieron uno -contestó más tranquilizado-.

-Mejor entonces. Así estará convencido de que no sentirá nada. Le garantizo que es lo único que usaremos. Ni bisturíes, ni sierras, ni nada por el estilo. ¿Qué me dice entonces? ¿Lo hará? Le recuerdo que no está obligado en absoluto. Si decide no hacerlo, no va a perder su empleo ni nada por el estilo. No le vamos a forzar, para empezar porque no podemos hacerlo; pero preferiríamos que se ofreciese, simplemente porque el tiempo apremia. Sin embargo, antes de que tome esa decisión, debo comentarle algo muy importante, y que se me pasó por alto.

-¿De qué se trata?

-Bueno, como le dije, nuestro proyecto consiste en reproducir la red neuronal de un ser humano en una computadora. Bueno, posteriormente se le añadirán algunas extensiones que le permitirán realizar cálculos a alta velocidad, etc, pero la base es esa. Y ahí viene el problema.

-¿Por qué?

-Muy fácil. Suponga que finalmente usted se ofrece como voluntario. Bien, lo que haremos será sedarle, y realizar un análisis de su cerebro usando una serie de escaners. Cuando todo finalice, usted despertará, y recordará que se sometió voluntariamente a un experimento, que se tumbó en una camilla, y que se durmió.

"Pues bien, cuando pongamos en marcha nuestra computadora con los datos de su cerebro, su memoria será la de usted. Entonces, la computadora creerá que no es una máquina, sino que se trata realmente de usted, pero que de alguna manera lo han metido dentro de una computadora ¿Comprende?"

-No del todo.

-Veamos. Dado que su memoria y su personalidad está codificada en su cerebro en forma de conexiones entre neuronas, si hacemos una copia exacta de ese circuito, obtendremos una copia exacta de usted ¿no?

-Sí, supongo.

-Y esa copia de usted tendrá exactamente los mismos recuerdos de usted, porque su memoria está almacenada en las conexiones de sus neuronas ¿No?

-Ajá.

-Entonces, lo que la computadora recordará es que era un empleado de la limpieza que un día se ofreció voluntario para un experimento, que se tumbó en una camilla, que se durmió...

-Y que despertó convertido en un ordenador. Sí, creo que ya lo entiendo. Entonces, si cuando despierte, me encuentro con que soy un ordenador, tendré que asumir que no soy el Ralf original, sino la copia. ¿No es eso?

-Eso mismo. Y ahora le pregunto ¿Se someterá a la prueba? ¿Sería usted capaz de aceptar el convertirse en computadora?

-¿Qué quiere decir ahora con lo de aceptar convertirme en computadora?

-Por favor, señor Ralf, a usted no le vamos a convertir en ninguna máquina. Vamos a crear una que será su doble. La cuestión es que, al ser su doble, si usted no es capaz de aceptar convertirse, nuestra computadora tampoco será capaz. ¿Lo entiende? Necesitamos a alguien capaz de aceptarlo, para que la computadora sea capaz de aceptarlo también.

-Bueno, si es así...

-Entonces, ¿qué me dice?

La voluntad de Ralf se mantuvo relativamente serena.

-¿Y qué gano yo a cambio?

-Bueno, le daremos un incentivo económico, desde luego. Algo así como...

Garabateó una cifra en un papel y se la enseño a Ralf.

No pudo evitar gritar al ver la increíble cantidad que estaba escrita.

-¡Dios! ¿Me darían todo eso por hacerlo?

-Sí; y, además, si el experimento resulta, tendrá el reconocimiento de toda la comunidad científica. Será un héroe.

La voluntad de Ralf se tambaleó ligeramente.

-¿Puedo pensarlo un poco?

-Claro, pero, por favor, comuníquenos su decisión lo antes posible. El tiempo apremia y...

La puerta se abrió de golpe, y apareció una joven vestida con bata de laboratorio. Era María, y su expresión era claramente molesta.

Ralf se quedó extasiado, mirándola. Se había cortado el pelo, y le quedaba realmente bien.

María miró a Ralf, y se quedó un poco contrariada. Se ruborizó ligeramente.

-Disculpe, Señor Presidente, no sabía que estaba ocupado. Volveré luego.

-No, María, no se vaya, pero la próxima vez, haga el favor de llamar primero. Por si no lo sabe, es una buena costumbre. ¿Qué es lo que quiere?

-Solo venía a comunicarle que hemos tenido que cambiar el TEP al laboratorio 1.04. Había una gotera en el 2.02 y...

-¿Una gotera? Pero si hace un día espléndido. ¡Aquí no llueve!

-No olvide que tenemos los servicios justo al lado. Se ha debido romper una tubería.

El Presidente lanzó un suspiro.

-Bueno, llamaré a alguien para que lo arregle. ¿Algo más?

-Nada más, Señor Presidente. Vuelvo al laboratorio.

María salió, tras echarle un cómplice guiño a Ralf, y éste volvió a la realidad.

-Este maldito edificio. Se construyó con tanta prisa que está lleno de errores. Me recuerda a cierta universidad...

-Disculpe, Señor Presidente. ¿Mar... esa científica trabaja en el proyecto? -preguntó Ralf haciéndose el inocente-.

-Sí; es responsable entre otras cosas del control de los dos escaners que vamos a usar. ¿Por qué lo pregunta?

La voluntad de Ralf se torció peligrosamente.

-No, por nada. ¿Y es totalmente indoloro el proceso? ¿Existe algún riesgo?

-No hay riesgo ninguno. Ni físico ni mental. Se lo garantizo.

La voluntad de Ralf se doblegó por completo.

-Bueno... en ese caso, creo que lo haré.

El Presidente abrió la boca sorprendido.

-Pero ¿no quería pensárselo?

Ralf Balbuceó.

-Ya lo he pensado, Señor Presidente. Lo haré.

-No sabe cuanto me alegra oír eso. Bien, entonces contamos con usted. Dentro de una semana empezaremos las pruebas. Esté preparado.

-Sí Señor Presidente.

Ralf salió despacio de la habitación. No estaba muy seguro de donde se había metido; ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Pero ahora ya no se podía volver atrás.

"No habrá ningún daño", se repitió mentalmente. "Ningún daño".

La prueba

Ralf no se alarmó cuando le pidieron por el intercomunicador que se dirigiese al laboratorio 1.07. Había pasado justo una semana desde la conversación con El Presidente, y supuso que hoy era el gran día.

Entró, y se encontró de frente con María.

-Hola María, ¿Qué tal?

La inexpresiva cara de María se iluminó de pronto al verle.

-¡Hola Ralf! Vaya, veo que te han escogido a ti. Menuda suerte ¿eh?

-No me puedo quejar, me van a pagar bien.

-El Presidente siempre es muy espléndido cuando le conviene. Ahora ya me podrás invitar a cenar ¿eh? Bueno, veo que estás preparado. Bien. Si te parece, podemos empezar ya. Ven por aquí.

María llevó a Ralf junto una inmensa mole de plástico con un agujero en medio. Tenía cierto símil con una secadora de ropa, pero mucho más grande.

-Esto es un escaner de resonancia magnética nuclear. Es parecido al que usan en los hospitales, así que no debes preocuparte. Túmbate aquí, y relájate. Yo voy a ir al laboratorio de al lado, y desde allí lo controlaré. Déjame el reloj; esto trabaja con campos magnéticos muy fuertes. Te lo estropearía.

-No me lo robes ¿eh? -rió Ralf-

-Si fuese un Rólex...

Ralf se tumbó, y María le inmovilizó la cabeza con unas correas.

-Espero que no seas uno de esos sadomasocas, porque si no esto te debe estar poniendo a cien.

Rieron los dos. Cuando estuvo sujeto, María salió, y al momento apareció detrás de una ventana de cristal. Habló a Ralf a través de un micrófono.

-Bien. Ahora te voy a meter en el escaner. No tengas miedo, no sentirás absolutamente nada.

-No se si fiarme de ti -bromeó-.

La camilla donde estaba Ralf se empezó a mover, introduciéndose en la gigantesca máquina. Cuando su cabeza quedó dentro, un tambor empezó a girar alrededor de ésta.

-No intentes mover la cabeza, por favor -sugirió María desde el otro lado-.

Varios minutos después, la máquina se paró, y María apareció en el laboratorio. Desató a Ralf con cuidado.

-Bien, ya está. Puedes irte. Ahora vamos a analizar los datos que hemos obtenido y dentro de tres días haremos otra prueba ¿de acuerdo?

-De acuerdo.

Pero no se fue; se quedaron los dos allí, quietos, mirándose, sin saber que decir.

En ese momento entró un joven, vestido con la obligada bata blanca de laboratorio. María y Ralf no pudieron evitar mirarle.

-María ¿donde tienes los listados del ponderador neuronal? Tenemos que empezar las pruebas.

-Oh... eh... los tengo aquí, Tony. Espera un momento.

Se dirigió a uno de los cajones, sacó una caja de disquetes y se la entregó a Tony. Ralf aprovechó la interrupción para desaparecer sigilosamente. No quería molestarles. Cuando Tony estuvo seguro de que estaban solos, preguntó:

-¿Es ese?

María bajó la cabeza, un poco avergonzada.

-Sí, Tony, es él.

-Vamos, no tienes por que tener vergenza. Eso es algo totalmente normal. Ya ves que no me enfado.

-Tú no, pero si se entera, lo hará él. No se que hacer.

-Díselo. A lo mejor...

-¡No! Tony, no puedo hacerlo. ¿No lo entiendes? Si se lo digo, no volverá a acercarse a mí. Mucho peor; a lo mejor, se retira como voluntario del proyecto. Y entonces, mis dos sueños se habrán ido a...

-Pero ¿De qué hablas? ¿Solo por decirle que te gusta?

-Parece increíble que siendo hombre, no entiendas los sentimientos de tus iguales. ¿No te das cuenta de que él no aceptará que una chica le pida para salir? Seguro que si lo hago, heriré sus sentimientos.

-Lo que me parece increíble es que una chica de finales del siglo XX piense como tú. Mucha liberación de la mujer, pero al final somos nosotros los que tenemos que hacer todo.

-Oh, vamos Tony. Sabes que por mí lo haría, pero no se si él lo aceptaría. No quiero correr el riesgo.

-Pues me alegro de que te sientas así. Ahora sabes lo que sentimos los hombres cuando tenemos que entrarle a alguien. Anda, vamos a trabajar.

Tony se dirigió a la puerta, pero María le detuvo.

-Aún me quieres, ¿verdad?

Tony miró al suelo.

-Creo que sí. Pero no te preocupes. Entiendo que prefieras a Ralf.

-Pero preferirías que estuviese contigo ¿verdad?

-Bueno, no se puede tener todo en esta vida. Anda, déjalo y vamos.

Salieron los dos del laboratorio. Ralf alcanzó a verles salir juntos desde el extremo del pasillo. Y no pudo evitar sentirse sólo.

Tres días después le llamaron de nuevo. Tenía que dirigirse al laboratorio 1.04.

Llegó a la puerta y miró adentro por el pequeño ventanuco adosado. Dentro estaba María, sentada de espaldas a él y mirando hacia el suelo, pensativa.

Entró.

-María, eh,...

María se dio la vuelta, y su cara se iluminó inmediatamente.

-Ah, Ralf, eres tú. Bien, ven aquí. Vamos a hacer unas pruebas más. ¿Vale?

-¿Estas bien?

María se quedó muda.

-¿Qué? ¿Por qué... lo preguntas?

-Te vi pensativa. ¿Te pasa algo?

-Oh, bien, no. Es... es el proyecto.

-¿El proyecto? ¿Le pasa algo?

-No, va todo bien; lo que pasa... lo que pasa es que tengo miedo de que no funcione todo como esperamos. Se han invertido muchos millones, y si fracasa... bueno... pero dejemos esto, y vamos a hacer las pruebas, ¿vale?

-De acuerdo -respondió no muy convencido-.

María le acercó a un gigantesco aparato, parecido al otro escaner.

-Esto es un tomógrafo de emisión de positrones. Se abrevia por TEP. Seguro que has oído hablar de él.

-Si, algo he leído por ahí. ¿Para qué sirve?

-Sirve para detectar la actividad del cerebro; es parecido a un electroencefalógrafo, pero más preciso. Y además es gráfico.

-Ah, ya se como es. Pero leí en una revista que había un sistema más perfeccionado. Creo que usaba un campo magnético, o algo así.

-Sí, ya se a cual te refieres. Es un escaner capaz de detectar los campos electromagnéticos que produce el cerebro. Pero es un sistema excesivamente caro. Ten en cuenta que aún es un prototipo. El TEP, sin embargo, está muy difundido, por lo que es muy barato. Además, es suficiente para nuestros propósitos.

Ralf se sentó en la silla que le indicó María, y ésta le puso una inyección.

-Es glucosa marcada con isótopos. No te preocupes, es inofensiva, pero necesaria para que el TEP pueda detectar tu actividad cerebral.

-Sabes muy bien que odio las inyecciones -se quejó Ralf-.

-Sí, por eso lo hago -rió-.

María se sentó delante de una consola, dejando bien a la vista de Ralf un monitor. Presionó varias teclas, y en la pantalla apareció un curioso dibujo. Era la silueta de un cerebro humano visto desde arriba, pero estaba rellena de manchas de múltiples colores, que cambiaban progresivamente de azul oscuro a rojo, amarillo, blanco...

-Eso es un gráfico de la actividad de tu cerebro. Las zonas blancas son las más activas, y las negras, las menos activas. De un extremo a otro hay una diversidad de colores, ordenados según esa escala que ves en la parte de arriba de la pantalla.

Ralf oyó la voz de María, y a medida que escuchaba sus palabras, una zona de lo que asoció con la mitad izquierda de su cerebro cambiaba su azul inicial por tonalidades rosas, amarillas y blancas, al compás de otra zona situada en la parte de su frente.

-¿Ves? Ese trozo que cambia de color mientras hablo es la zona del cerebro que analiza el lenguaje hablado. Cuando callo, se inactiva. En el hemisferio derecho hay una parecida que se activa con la música. Además, está esa otra zona en la parte delantera. Se activa siempre que se oye algo, ya sea música o palabras. Curioso ¿no?

-Sí, ya lo creo.

Otra zona de la parte izquierda se iluminó al pronunciar las palabras. Ralf se quedó maravillado. Aquel conjunto de manchas simbolizaban sus propios pensamientos.

-Bien, ahora pasemos a las pruebas. Mira la pantalla.

Delante de él apareció una diapositiva con una palabra. María le dijo que le iba a poner varias, y cada vez que encontrase una esdrújula, debía decir "alto".

A esa prueba siguieron varias otras, todas ellas muy curiosas, pero sin ninguna dificultad para Ralf. Dos horas después, María dio por terminada la sesión.

-Bien, ya es suficiente. Hemos acabado con las pruebas preliminares. Dentro de una semana, si las cosas van bien, realizaremos el experimento: te convertiremos en un ordenador pensante.

Ralf se dirigió a la puerta, pero algo le obligaba a quedarse. María, por su parte, tenía un nudo en la garganta que no le dejaba hablar de otra cosa que no fuese el proyecto. Hasta que...

-Ralf.

-¿Sí, María?

-Yo... -No se atrevió- ...nos vemos la próxima semana.

Ralf asintió.

-De acuerdo. Nos vemos.

Salió del laboratorio.

Ralf contra Ralf

Le dieron libre la semana a Ralf, a fin de que estuviese descansado para cuando llegase el gran día. Sin embargo, no pudo evitar pasearse un par de veces por los laboratorios, para ver un poco como iba la cosa.

En el laboratorio 1.01 vio como preparaban el terminal principal que serviría para comunicarse con el ordenador. Disponía de dos cámaras acompañadas de dos pequeños micrófonos, montados todos sobre una plataforma móvil, orientable en todas direcciones bajo el control de los tres superordenadores. Así mismo, un pequeño brazo robot se movía con suavidad y precisión durante la sesión de pruebas que estaban realizando.

En el piso superior, concretamente en el laboratorio 2.04, pudo ver a Tony y a María trabajando con unas hojas que tenían escritas palabras de lo que para él era hebreo antiguo. Todo lo contrario que para ellos. Aquello era, según le comentó posteriormente el propio Tony en la cafetería, el programa principal del sistema.

Ralf les miró. "Hacen buena pareja" se dijo. Y se alejó cabizbajo.

El día D se retrasó por un pequeño bug en los programas. Finalmente, solo dos días después del fijado originalmente, se pudo llevar a cabo el experimento.

Ralf fue conducido al laboratorio 1.04. Allí estaban los dos escaners. Parecían artilugios de tortura dignos de la mejor surtida sala de la inquisición española. Estaban María, Tony, y un puñado de desconocidos. Y también estaba El Presidente.

Ralf se tumbó en la camilla. Le inyectaron primero glucosa radioactiva y luego morfina. Poco a poco su conciencia se fue emborronando, difuminando. Y tuvo un presentimiento. Pero antes de poder reflexionarlo, se le escapó de su mente. Y quedó profundamente dormido.

En su inconsciencia, se sintió observado por un gigantesco y apacible monstruo. ¿Cuanto duró? No lo podía asegurar. Pero después de lo que para él fueron días, la neblina se fue esfumando, abrió los ojos, y se encontró tumbado en una camilla, rodeado por todos los científicos del centro.

-¡¿Qué ha pasado?!

Una videocámara grabó la exclamación pronunciada, acompañada de la expresión facial correspondiente.

-Nada, señor Ralf -dijo El Presidente-. El experimento ha terminado. Ahora vamos a procesar todos los datos obtenidos, y dentro de dos días confiamos en poder poner en marcha nuestra computadora, su doble. Cuando lo hagamos, queremos que se encuentre cerca, pero no a la vista de ella... bueno, creo que debería decir "de él". Queremos analizar su reacción en el momento de la conexión. Bien, puede tomarse otra semana libre, salvo el día de la prueba del sistema. Ahora descanse un poco hasta que se le pasen por completo los efectos del sedante. ¿De acuerdo?

-De acuerdo, señor Presidente -balbuceó Ralf-.

Se tumbó de nuevo, y la sala se fue quedando vacía. Solo quedó María.

-¿Qué tal te encuentras?

-Tengo la cabeza como un bombo.

-Me lo imagino. Ahora lo que tienes que hacer es descansar ¿vale?

-Creo que no sería capaz de hacer otra cosa.

-Bueno, cuando te encuentres mejor, avísame y te llevaré a casa.

-De acuerdo. Gracias María.

María salió de la habitación, y él se recostó en la camilla. Se miró a sí mismo, para asegurarse de que no era un ordenador. El autoexamen dio resultado negativo. Era Ralf persona. Se sintió aliviado y decepcionado a la vez.

Y entonces no pudo evitar pensar en qué pasaría cuando él... bueno, el ordenador, su doble, descubriese que no era el Ralf humano. ¿Como se sentiría él mismo si le pasase? Si respondía a esta segunda pregunta respondería también a la primera. Pero se encontraba muy aturdido como para pensar en eso, así que decidió descansar.

Tres días después, le avisaron de que se iba a poner en marcha el ordenador con su programa. Ralf se dirigió al laboratorio 1.01, donde estaba situado el terminal principal, construido especialmente para el proyecto. Cuando entró, se encontró de frente con María, quien le echó una pícara mirada, acompañada de un no menos pícaro guiño. Se quedó bloqueado, sin saber que hacer, hasta que El Presidente le llamó aparte.

-Gracias por venir, señor Ralf. Solo quiero agradecerle una vez más todo lo que ha hecho por nosotros. Si no fuese por usted, es posible que el proyecto no estuviese listo todavía.

Ralf sonrió. No sabía que otra cosa podía hacer. Allí estaba él, un humilde empleado de la limpieza, como centro de atención de un alocado proyecto para obtener un ordenador inteligente.

Uno de los técnicos, que se encontraba tecleando en una pequeña consola, avisó al Presidente de que todo estaba listo. Entonces, levantando la voz, dijo:

-Señores, vamos a ejecutar nuestro programa. Les ruego que se sitúen exactamente en las posiciones que les indicamos. Tony ¿Tiene lista la videocámara? Bien, póngala en marcha. Señor Ralf, por favor, sitúese aquí, fuera del campo de visión del ordenador. Gracias. Bien Jorge, cuando quiera.

-Un momento -dijo María- ¿Ha pensado ya como le va a decir al ordenador que no es el Ralf humano?

-Claro que sí, señorita María. No se preocupe por eso, seré sutil.

Un técnico apretó la tecla RETURN en su consola. La pantalla se quedó negra, y apareció súbitamente la silueta de un cerebro humano, llena de manchas de colores. Era idéntica a la imagen del TEP de Ralf.

-Adelante- susurró El Presidente.

El técnico apretó de nuevo la tecla RETURN, y las manchas cobraron vida súbitamente. El soporte con las cámaras y micrófonos dio un rápido giro, y quedó apuntando hacia la cara del Presidente. Una voz procedente del terminal gritó:

-¡¿Qué a pasado?!

Como un solo hombre, todos los técnicos que rodeaban el soporte de las cámaras saltó de alegría. Rápidamente, El Presidente hizo callar a todos, y dirigiéndose a los ojos electrónicos del ordenador, dijo:

-Señor RALF ¿Qué tal se encuentra?

-Bien, Señor Presidente. ¿He terminado ya las pruebas?

El Presidente carraspeó.

-Bueno, no del todo; me temo que tengo una mala noticia para usted. -giró la cabeza, y habló al Ralf humano- Por favor, Señor Ralf, haga el favor de acercarse.

Ralf así lo hizo. Las dos cámaras le enfocaron al instante, y el gráfico de la actividad del cerebro simulado se encendió de golpe en un ramalazo de fuertes colores.

-Por favor, tranquilícese. Le avisé de esto.

-Sutil como un ladrillo -susurró María-.

El gráfico se fue apagando poco a poco, hasta quedar como al principio.

-Perdone, Señor Presidente. Fue la impresión. Entonces, yo no soy Ralf; bueno, el Ralf humano.

-Me temo que no. ¿Se encuentra bien?

-Si, estoy bien. No se preocupe. Pero, si no les importa, querría hablar un momento a solas con... con Ralf humano.

-Desde luego, señor RALF. ¿Y usted, señor Ralf, tiene algún inconveniente en hacerlo?

-Claro que no, Señor Presidente.

-Muy bien, entonces, les dejaremos solos. Señores, salgamos de aquí.

Se retiraron todos, y quedaron Ralf humano y RALF ordenador.

-Bueno RALF, dime. ¿Como te encuentras?

-Me encuentro bien, Ralf.

-¿A pesar de ser un ordenador?

-Por favor, no me lo recuerdes. Creo que pasará algún tiempo hasta que me acostumbre a la idea.

-Dios, se me hace rarísimo pensar que estoy hablando conmigo mismo.

-A mí también.

-RALF, quiero pedirte una cosa.

-Claro ¿qué es?

-No le digas a María lo que siento... no perdón, lo que sentimos por ella.

-Descuida, estaría loco si lo hiciese.

-Ya... oye, ¿tú también la quieres?

-Sí.

-Entonces ahora somos rivales.

-No, no tendría sentido. Yo ahora soy un ordenador, no podría salir con ella. ¿Qué clase de vida crees que podríamos llevar? Además, ya estuve pensando en... bueno, ya estuvimos pensando en eso antes del experimento. ¿Por qué lo preguntas ahora, si sabes lo que decidí... lo que decidimos?

-No se, a lo mejor al convertirte... bueno, convertirme en ordenador cambiaba de opinión.

-Descuida; de todos modos, haré lo que pueda para descubrir si le gustas.

-No te molestes, si total...

-Ralf, no seas estúpido. A mí no puedes engañarme. Soy tú. Se que en el fondo aún conservas la esperanza, pero eres demasiado modesto.

-Sí, supongo que sí. Oye, por cierto ¿estás celoso?

-Yo no podré ser feliz con ella, así que, ¿para qué ponerme celoso?

-No te creo.

-DE ACUERDO, ESTOY CELOSO. ¿Contento?

-Gracias RALF.

-No me las des, no es muy agradable tener que olvidar a la chica de tus sueños solo por ser un ordenador.

Ataque

Tony se tropezó con María. Una lluvia de disquetes cayo sobre ellos.

-Lo siento. No te vi.

-No importa, Tony -dijo María, al tiempo que recogía los malogrados discos-.

Entraron en el laboratorio donde estaba el terminal principal de RALF. Habían pasado tres días desde que fue puesto en marcha, y todo funcionaba perfectamente. Todo el mundo estaba entusiasmado.

-Buenos días María, hola Tony. ¿Qué tal estáis hoy?

-Muy bien, RALF. Gracias. Hoy vamos a empezar las pruebas. ¿Estás preparado?

-Siempre estoy preparado para ti, María.

María se sonrojó, y se dio la vuelta rápidamente para evitar que RALF lo notase. Tony rió discretamente.

-Bueno, vamos a ver -dijo María, en cuanto se recuperó-, vamos a examinar tus respuestas ante diversas clases de estímulos visuales.

Tony insertó uno de los discos en el terminal, y cargó el primer programa.

-¿Qué ha pasado? No veo nada.

-No te asustes, RALF -dijo Tony-; hemos redireccionado tu entrada visual a la memoria de video del terminal. Lo que aparezca en la pantalla será lo que veas, en vez de la imagen de las cámaras. Vamos a empezar. ¿Estás listo?

-Si.

Tony apretó una tecla, y en la pantalla aparecieron formas de colores suaves que se entremezclaban lentamente. Mientras, María analizaba la imagen de actividad del cerebro, similar a un TEP.

-Se está relajando. Responde igual que Ralf.

-Perfecto. Vamos a animarle un poco.

Apretó el uno, y las manchas cambiaron. Sus colores se volvieron vivos, y se empezaron a mover con alegría por la pantalla.

-Vaya, y todo esto ¿para qué sirve? -preguntó RALF-.

-Estamos viendo la desviación de tus respuestas neuronales frente a las de Ralf -indicó Tony-.

-O sea -explicó María-, estamos viendo si tu forma de reaccionar ante este tipo de manchas ha variado en comparación con la reacción de Ralf hace unos meses.

-Ah...

-Vamos a aumentarlo un poco más, a ver como reacciona -dijo Tony, claramente divertido-.

-De acuerdo. Ralf no tuvo ningún problema -comentó María-.

Apretó el cuatro, y las manchas empezaron a moverse con furia, cambiando rápidamente de color, pasando por toda la gama posible y produciendo fuertes parpadeos en la pantalla.

-Bueno a ver que pas...

-¡TONY, DETENLO, RAPIDO!

-¿Qué pasa María?

Antes de que terminase la frase, recibió un fuerte golpe del brazo mecánico de RALF. Cuando reaccionó, vio que el soporte de las cámaras se movía alocadamente en todas direcciones, acompañado del brazo. María había desconectado el programa generador de siluetas, pero RALF no paraba. Miró a la pantalla que mostraba la actividad cerebral y dio un respingo: fuertes explosiones blancas llenaban la silueta.

-Cielos, eso parece... parece...

-¡Si, un ataque de epilepsia! -grito María, al tiempo que ponía el programa en pausa-.

El soporte de las cámaras y el brazo se pararon al instante, y la imagen se congeló.

-Corre a avisar a todos. Tenemos que hacer algo con esto.

Tony se dirigió raudo al despacho del Presidente.

-Señor Presidente, me temo que tenemos un problema. Reúna al equipo. Necesitamos también a Ralf.

El nutrido grupo de científicos estaba reunido en el espacioso laboratorio del terminal principal cuando llegó Ralf.

-Siento llegar tarde, pero no había autobús en el momento en que me llamaron.

-No importa, señor Ralf -dijo El Presidente-. Siéntese, por favor. Bien, ahora ya está aquí el señor Ralf, podremos intentar resolver esto. Señor Ralf, ¿es usted epiléptico?

-Si señor -dijo Ralf, claramente desorientado-.

-¿Por qué no nos lo comunicó antes, señor Ralf?

-Bueno... nadie me lo preguntó.

-Bien, el misterio está resuelto. Nuestra computadora ha sufrido un ataque.

-Disculpe -intervino Ralf-. ¿RALF ha tenido un ataque epiléptico? ¿Como es posible?

-Un ataque epiléptico sobreviene cuando una red neuronal se colapsa. Fíjese en el gráfico de actividad cerebral. Las neuronas están casi todas activadas. Se forma una especie de circulo vicioso: unas neuronas activan a otras, y esas otras activan a las primeras. Dado que depende exclusivamente de la configuración de la red, si usted es epiléptico, al hacer la copia, nuestro ordenador también lo será.

-Pero Ralf no tuvo un ataque cuando le mostramos en el laboratorio esas imágenes -interrumpió Tony-. ¿Por qué RALF sí la ha tenido?

-¿Toma usted alguna clase de medicación, señor Ralf?

-Claro, señor Presidente. Desde hace años.

-Esa es la clave -dijo María-. Tenemos que simular el efecto de la medicación sobre la red neuronal. De ese modo, frenaremos este ataque y prevendremos uno futuro.

-Pues ya saben, señores -sentenció El Presidente-, al trabajo.

Superralf

No resultó difícil hacer la modificación. En dos días, RALF estuvo listo para trabajar de nuevo.

-Bueno, ha llegado el momento de empezar las mejoras sobre ti - dijo Jorge-.

-¿Mejoras?

-Sí. Vamos a incluirte unas extensiones que te darán más velocidad de cálculo, memoria, y cosas así. Queremos un superordenador ¿recuerdas?.

-Básicamente serán una calculadora, un bloc de notas, y un par de cosas más que podrás controlar mentalmente, de forma intuitiva -añadió David-. Empezaremos por algo sencillo; será una pequeña calculadora capaz de sumar y restar.

Durante varios días, RALF se dedicó a aprender a controlar aquella máquina de calcular virtual. Para usarla, tenía que "pensar" en usar tal o cual función, y tenía que entender los resultados que "sentía" dentro de él. Lo que Jorge y David querían era que llegase a ser algo intuitivo, como rascarse o parpadear.

Poco a poco, a medida que se iba acostumbrando, iban añadiendo nuevas funciones. Pronto fue capaz de realizar complejos cálculos de manera intuitiva, sin pararse a pensar en qué tenía que hacer. El Presidente no cabía en sí de gozo.

-Lo estamos consiguiendo -dijo en la siguiente reunión-; el proyecto está avanzando a pasos agigantados.

Irene, la prestigiosa neuróloga, intentaba otras cosas.

-Bien, RALF, ahora, intenta memorizar este dibujo.

En el terminal apareció una mariposa.

-Ya está, Irene.

-Bien -dijo Irene mientras examinaba los distintos gráficos cerebrales, intentando descubrir la pauta que llevaba a la memorización-.

Era algo que le apasionaba: desvelar el secreto de la memoria humana; y ahora por fin, tenía un banco de pruebas excelente. Si funcionaba, podría dotar a RALF de una capacidad de memorización sorprendente, manteniendo intacta su capacidad de asociación de ideas, lo que le haría una máquina sorprendente. Y lo que pudiese hacer con RALF, estaba segura que podría hacerlo con un ser humano. Las posibilidades eran asombrosas.

Realmente, eso era lo que todos querían, convertir a RALF en el más sorprendente ordenador jamás construido.

¿Asesinato?

Ralf cerró la puerta del laboratorio, y se acercó al terminal. Venía a menudo a hablar con su doble, y RALF lo agradecía.

-¿Como estás?

-Aburrido. Tantas pruebas al día se hacen bastante pesadas. Y además, sin poderme mover de aquí, siempre el mismo laboratorio. Hecho de menos un poco de libertad. Menos mal que me dejan ver el fútbol y alguna película de vez en cuando, que si no... ¿Y tú?

-Bueno, sabes de sobra que barrer no es algo divertido, pero que remedio me queda.

-Pero con lo que me dio... perdón, con lo que te dio El Presidente tienes de sobra para vivir sin trabajar el resto de tu vida. ¿Por qué no lo aprovechas?

-No, me aburriría. Prefiero hacer algo.

-Ya...

-¿Qué tal las cosas con María?

-No es nada agradable verla todos los días y no poder decirle nada.

-Qué me vas a decir a mí.

-Ralf, díselo, creo que ella también te quiere.

-Oh, vamos, no tiene sentido. ¿Qué va a ver ella en un empleado de la limpieza, por muy amigos que seamos? Además, está saliendo con Tony.

-No, no están saliendo. Yo estoy con ellos todo el día en el laboratorio. Y esas cosas se notan, te lo aseguro.

-No se, tengo que pensarlo.

-Como quieras. Pero no te preocupes por mí.

-RALF, no puedo hacer eso.

-Si puedes. Recuerda, soy una máquina, no puedo salir con ella. No puede haber rivalidad.

-Lo pensaré.

Y lo pensó durante una semana, y decidió no hacerlo.

Pero María tenía otras ideas...

Sábado, 5 de la madrugada. Una sombra se desliza por el pasillo principal del edificio. Saca una tarjeta, y la desliza por el lector de una puerta. Se abre.

Entra en el laboratorio del terminal principal de RALF, y lo enciende.

-María ¿Qué haces aquí hoy? Es muy tarde.

-Shhhhhhht. Tranquilo, quería hacer unos ajustes en tu red. Nada importante.

María sacó unos CDs regrabables de la bolsa que traía. Insertó uno en la unidad.

-RALF, ¿te importaría mirar a aquel calendario, por favor?

-En absoluto. ¿Para qué?

María puso el programa en pausa, y empezó a copiar el contenido de la memoria de los superordenadores a los CDs. Con eso almacenaba la mente de RALF, justo en el momento en que lo puso en pausa. Media hora después terminó. Activó el programa de nuevo.

-¿Por qué me has puesto en pausa?

María se sobresaltó. Aquello no estaba previsto.

-¿Como te has dado cuenta de que lo he hecho?

-Porque me han incluido una extensión nueva, un simple reloj. Cuando llegaste eran las 5 y diez, y ahora son las 6 menos veinte pasadas, pero no recuerdo que pasó en medio.

-Ya, bien... RALF.

-¿Sí?

-Tengo que decirte algo... preguntarte algo.

-Claro ¿Qué es?

-Yo... -María sabía que no había peligro: podía borrar todo lo que dijese de la memoria de RALF, gracias a la copia que acababa de hacer. Pero aún así, tenía miedo-.

-Di.

-Me gust... bueno, Ralf me gusta -las palabras salían atropelladamente- Tal vez te parezca una tontería, lo entiendo, pero es así. Y tú y el sois realmente una misma persona. Así que dime: ¿Yo te gusto? ¿Le gusto a Ralf? ¿Me diría que sí? ¿Se reiría de mí? ¿Se molestaría si soy yo quien le pido.

RALF se quedó sorprendido. Aquello le dejó de piedra. María estaba colada por Ralf, y Ralf no se atrevía a pedirle.

-Bueno... sí. Estoy... digo... Ralf también está enamorado de ti. Le gustas desde hace mucho; casi desde que te conoció. Pero no se atreve a decirte nada. Ahora que lo sabes, lo mejor es que se lo digas tú.

María no cabía en sí de gozo. Pero sabía que no había tiempo para nada en ese momento; tenía que terminar su plan.

-Gracias, RALF. Ahora... ¿te importaría volver a mirar al calendario?

La voz de RALF estaba quebrada.

-Claro.

María volvió a poner el programa en pausa, y uno a uno, volvió a cargar el contenido de los CDs en la memoria de los ordenadores. De esta forma, volvía a dejar a RALF en el mismo estado que antes de preguntarle nada. Así nunca sabría que fue él quien le dijo lo que quería saber.

Media hora después terminó, y volvió a activar a RALF.

-¿Por qué me has puesto en pausa?

-Tenía que hacer unos ajustes, ya te lo dije. Preferí ponerte en pausa.

-¿Una hora para unos simples ajustes? Bueno, tú sabrás.

-Ya he terminado, así que me voy. ¡Ah! No comentes esto con nadie ¿eh? El Presidente ya se queja bastante porque hago demasiadas horas extras.

-Descuida María, no abriré la boca.

-Gracias RALF.

La cita

Ralf cogió el teléfono. Eran casi las dos de la tarde del domingo.

-¿Diga?

-Ralf ¿Eres tú?

-No, soy mi ama de llaves. ¿Qué quieres María?

-Había pensado que podríamos ir a dar una vuelta esta tarde por el parque ¿Te apetece?

A Ralf se le iluminó la cara.

-Pensaba que estabas ocupada con RALF.

-Los domingos no, idiota -rió María-. ¿Te crees que solo pienso en ordenadores?

-Pues si te digo la verdad...

-Anda, calla.

-Pues por mí, perfecto. ¿A las cuatro donde siempre?

-A las cuatro.

Colgó el teléfono y dio un grito de alegría. ¡María se interesaba por él! Antes siempre era él quien la invitaba, y hoy, por fin, era ella la que tomaba la iniciativa.

De pronto, tuvo una sospecha: ¿Tendría RALF algo que ver con aquella invitación? Desechó la idea.

El tiempo pasó lentamente. Ralf se duchó, se puso unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca, acompañado por unos tenis. Siempre había sido muy informal. Se peinó un poco y salió a la calle, camino del parque. Estaba nervioso, pues algo le decía que esa cita iba a ser distinta.

Llegó temprano, pero ella ya estaba allí. Se saludaron y empezaron a pasear. Hablaron de muchas cosas, sobre todo de RALF.

Pararon a tomar un café, ya bien entrada la tarde. María estaba sumamente nerviosa, y no sabía por donde empezar. Quería decirle todo, pero no se atrevía.

Siguieron charlando animadamente hasta las 7, momento en que decidieron que ya era hora de ir a casa. Ralf la acompañó hasta el portal.

-Bueno, ya estamos aquí. Será mejor que te deje, supongo que tienes que madrugar mañana para ir al laboratorio.

-Pues sí, pero no te preocupes, Ralf.

Se quedaron los dos mirándose, sin saber que decir. María supo que era ahora o nunca, así que, lentamente, se acercó a Ralf, y tiernamente posó sus labios sobre los de él.

Aquello pilló por sorpresa a Ralf, que tardó en reaccionar. Cuando lo hizo, abrazó fuertemente a María, y los dos se besaron apasionadamente.

Descubierta

Tony se extrañó al ver a María tan alegre aquella mañana, pero no le dio demasiada importancia. El proyecto iba viento en popa, y supuso que era eso por lo que estaba en semejante estado de euforia.

Ralf, por su parte, fue disparado a comunicar la noticia a RALF. Aprovechó la hora del café para hablar con él a solas.

Dos días después, María estaba en uno de los laboratorios, cuando entró Tony. No se dio cuenta de su presencia hasta que la llamó.

-María, tenemos que hablar.

-Tony, estoy ocupada. En otro momento ¿vale?

-¿Qué hacías en el laboratorio el sábado a las 5 de la madrugada?

María sintió que se le secaba la boca. La habían descubierto.

-¿Como lo sabes?

-Encontré esto -dijo sacando un CD regrabable, que posiblemente se le cayera al salir precipitadamente del laboratorio-.

Revisándolo, vi que tenía parte de la red neuronal de RALF. Así que hablé con él, y le sonsaqué que habías estado allí. Ahora dime, ¿por qué lo copiaste?

-Bueno... -estaba atrapada, por lo que decidió decir la verdad- sabes lo que siento por Ralf, necesitaba saber si él también lo sentía, pero no me atrevía a decírselo, así que...

-Así que se lo preguntaste a RALF. Vale, supongamos que es cierto, cosa que dudo porque al hacerlo le provocarías a RALF una clara desestabilidad emocional, y eso es un fallo que no cometerías. Entonces ¿qué pintan los CDs con su red neuronal grabada?

-Precisamente, para evitar desestabilizar su red, la grabé completa antes de decirle nada, le pregunté, y luego volví a cargarla. De ese modo, volvería todo a los valores de ANTES de que le dijese nada; lo habría borrado de su memoria.

Tony no pudo dar crédito a lo que oía.

-¡¿Quieres decir que has matado a RALF?!

-¿Qué? ¿Que tontería es esa?. Volví a cargar la red, RALF no está muerto.

-¡Claro que sí, al menos el RALF que conocíamos! ¡Ese RALF no es el RALF de antes!

-Eh... Tony, más despacio, por favor. ¿Qué quieres decir con eso?

-¡Está claro! Ese es otro RALF, no el RALF original.

-Tony, o me lo explicas como si fuese una niña de 5 años, o no conseguiré entender lo que quieres decir.

-Mira... lo que has hecho es lo siguiente: has copiado la red de RALF el los CDs, le has hecho una pregunta, y luego has vuelto a cargar la red, de modo que ésta volvió al estado original, justo antes de hacerle tú la pregunta ¿no?

-Si, eso ya te lo he dicho.

-Pues bien, imagina que haces lo siguiente: copias la red de RALF en los CDs, le haces la pregunta, cargas el contenido de los CDs en otro ordenador y reseteas el primero. Luego pones el segundo ordenador en lugar del primero. Si te fijas, en principio no hay ninguna diferencia de resultados entre esto y lo que has hecho tú ¿no?

-Pues... no, desde luego.

-Pero suponte que no reseteas el primero. Entonces tendrías a dos RALF. ¿no?

-Sí...

-Y el primer RALF sería nuestro RALF, pero el otro sería otro RALF. Un RALF que cree que es el original, porque comparte la memoria del otro hasta el momento en que sacaste la copia. Entonces, al hacer lo que tú has hecho, has matado al primer RALF, y lo has sustituido por el segundo ¿Comprendes ahora, estúpida?

-Para empezar, Tony, no me insultes. Eso no es más que una tontería, por una razón muy simple. Esa sigue siendo la red neuronal de RALF.

-¿Y qué hay de Ralf, del ser humano? También es su red, y sin embargo son dos seres totalmente distintos.

-Pero Ralf, el humano, tiene su alma.

-Y RALF máquina no, ¿verdad? Eso del alma es una tontería.

-Puedes reírte todo lo que quieras. Yo creo en Dios y en que todos tenemos alma. Y si Dios existe, entonces Dios le ha concedido un alma a RALF máquina, pues RALF es inteligente, y esa alma estaría ligada a su red neuronal, por lo que ese RALF es el mismo RALF de antes.

-Bien, aceptemos el supuesto de que Dios existe, y de que RALF es inteligente, porque desde luego lo imita demasiado bien como para no serlo. Entonces, ¿qué pasa con el alma de Ralf, del ser humano de quien copiamos la red? ¿No tendría que estar su alma igualmente ligada a esa red? Si esto fuese así, ambos Ralf deberían compartir su alma. ¿Esto como se entiende, si el alma es la sede de la conciencia? Explícamelo.

-Pero es distinto. RALF es un ser humano, es diferente de la máquina que generamos a partir de su red. Es lógico que tenga un alma propia.

-Exacto. Entonces, ¿por qué dos máquinas basadas en una misma red tienen que compartir su alma, si es que tienen alma.

-Pues eso no nos deja otra alternativa que la de que RALF no es inteligente. No es un ordenador pensante, sino que simula muy bien la inteligencia.

-Pero tiene emociones. ¿Qué pasa con ellas?

-Pues... ¡no lo se! ¡No soy teóloga, soy científica!

-Entonces tal vez deberías reflexionar este tipo de cosas antes de trabajar con ellas. Además, tú misma dijiste que posiblemente esta era la forma de alcanzar la inmortalidad. Pero eso no es así, precisamente por la misma razón. Aquí tenemos el caso: ¿qué diferencia hay entre hacer una copia de la red neuronal de un hombre en el momento justo antes de morir, a hacerla años antes, como hemos hecho con Ralf? La computadora será siempre OTRO ser, otro ente, que creerá que es el original. Pero el original se habrá perdido. Si ahora el Ralf humano muriese ¿crees que podríamos decir que el RALF computadora es el mismo? NO, no lo podríamos decir. Y sería lo mismo si hiciésemos la copia justo antes de morir el ser humano.

-¿Qué intentas decirme con todo esto? ¿Qué no tenemos alma? Me niego a creerlo. Me niego a pensar que después de la muerte no haya nada. Si, ya se, si realmente tenemos alma, sería cruel que RALF pensase, porque él no puede tenerla; y si, por la razón que fuese, resulta destruido, no tendría derecho a la otra vida. Se disolvería en la nada ¿no?

-Tal vez tengamos alma, pero no sea imprescindible para la inteligencia -dijo El Presidente asomando por la puerta-.

-¿Ha oído nuestra conversación? -preguntó sobresaltado Tony-.

-Si, la he oído. Es difícil no hacerlo cuando la gente grita.

-¿Qué quiere decir con que no es imprescindible para la inteligencia? -preguntó María-.

-Eso mismo. Soy católico, pero como director del proyecto me tengo que preocupar de estos detalles morales y teológicos. Lo cierto es que llevo varios días bastante intranquilo ante la conclusión a la que he llegado.

-¿Cual es?

-Bien, si es cierto que tenemos alma, cosa que yo no dudo, está claro que se 'desprende' del cuerpo justo en el momento de morir. En el caso de un ser humano, este momento está perfectamente determinado: es el momento en que cesa la actividad cerebral.

"La cuestión es ¿Cuando muere un ordenador? No puede ser cuando no hay actividad en sus neuronas simuladas, pues el programa que genera y ejecuta la red puede ser puesto en pausa, con lo que cesa dicha actividad, y luego ser activado de nuevo. En esos casos no se altera la red de forma brusca, por lo que se puede considerar que no es muerte. Nosotros mismos hemos puesto a RALF varias veces en pausa, y no hemos puesto ningún reparo."

"En el caso de reescribir la red con ella misma en un estado anterior, producimos un cambio brusco en los estados de las neuronas. Aún así, podríamos decir que eso no es muerte, pues sigue siendo la misma red neuronal en otro estado. La conclusión que sacamos de todo esto es que no podemos decir cuando muere realmente la conciencia de una red neuronal simulada"

"Por otro lado ¿qué razón tiene Dios para darle un alma a una máquina, a una conciencia que él no ha creado? Realmente ninguna. Sin embargo, a nosotros sí nos ha dado una, pues sí nos ha creado él."

-¿Quiere decir que...

-Sí. Al crear a RALF hemos estado jugando a ser Dios. Pero no podemos quedarnos con los derechos de serlo sin tomar también las responsabilidades que conlleva. Eso significa que nuestra responsabilidad es darle un alma a ese ordenador.

-Pero eso es imposible. ¿Como vamos a hacerlo? -preguntó María- .

-Precisamente: no podemos, pues no tenemos los conocimientos necesarios para crear almas artificiales. Y si no podemos transferir esa conciencia a un alma, no estamos cumpliendo nuestros deberes como dioses.

-Todo esto es ridículo -sentenció Tony-. ¿No se os ha pasado por la cabeza la solución más simple? Dios no existe y no tenemos alma.

-Es otra opción -replicó El Presidente- pero yo necesito la mía, soy fiel a mis creencias.

-Pero entonces ¿qué pasará con RALF cuando algún día sea inevitablemente desconectado? -dijo María-.

-Eso no lo se -contestó El Presidente-. Me da escalofríos pensarlo. Dejar de ser, dejar de existir, dejar de pensar... no es una sensación agradable.

-Yo prefiero no pensar en la muerte. Es romperse la cabeza -concluyó Tony-.

-Señor Presidente... ¿qué deberíamos hacer?

-¿Con RALF? No lo se. Tal vez deberíamos desconectarlo para siempre, borrar toda copia, y destruir la documentación sobre el proyecto para evitar que se creen otros.

-¿Asesinarlo? ¿A sangre fría? -dijo Tony-.

-Sí, de hecho es lo que quiere. No soporta este tipo de vida. Se siente un ser humano, pero le tratamos como una máquina. Y realmente lo es, pero es una máquina con sentimientos humanos. Está sufriendo mucho porque se siente apartado. Ama a una chica y no puede estar con ella, pero es mucho peor que la no correspondencia amorosa, porque no podrá estar nunca con ninguna chica, ni tener hijos, ni nada de lo que da sentido a la vida humana. Está desesperado.

-Y quiere suicidarse... es lógico. Es como ser paralítico y estar atado a una cama.

-Yo no soy capaz de apretar el botón -dijo El Presidente-, y creo que nadie será capaz de hacerlo.

-Pero si él lo quiere, deberíamos -comentó Tony-.

-No. Si consideramos que realmente es inteligente, eso sería asesinato. Yo no puedo hacerlo -sentenció María-.

-Yo tampoco -añadió El Presidente-.

-A mí no me miréis -concluyó Tony-.

-Y ningún otro del equipo querrá hacerlo.

-Entonces ¿Quien lo hará? El no puede autodesconectarse.

-Alguien tiene que hacerlo, pero no puede ser ninguno de nosotros -dijo María-. Tiene que ser Ralf.

-¿Ralf? -preguntó Tony-.

-Sí. En el fondo son la misma persona, son algo así como dos hermanos gemelos. Si alguien tiene que desconectar a RALF, creo que tiene que ser él.

-La cuestión es si será capaz de hacerlo -puntualizó El Presidente-.

-Tal vez si habla con él...

Matar a su propio hermano

María subió las escaleras del edificio lentamente. Llegó al segundo piso y se detuvo ante una puerta. Dudó un momento, pero finalmente apretó el botón del timbre.

La puerta se abrió, y apareció Ralf.

-María ¿Qué haces aquí?

Se dieron un pequeño beso y entraron.

-Tengo que hablarte. Es sobre RALF.

-¿Qué le ocurre?

-Bueno... no se encuentra bien.

-¿En qué sentido?

-No es feliz. Está aburrido de la vida. No se siente con ánimos para seguir viviendo.

-Pero nunca le note nada. ¿A qué se debe ese cambio tan repentino?

-No ha sido un cambio repentino. Lo que pasó es que no quería que nadie se preocupase. Pensó que sería algo temporal, así que se lo calló. Pero ahora se siente totalmente destrozado, y solo quiere una cosa.

-¿No querrá...? -Ralf no fue capaz de terminar la frase-.

-Sí, quiere morir. Solo El Presidente, Tony y yo lo sabemos, y ninguno nos atrevemos a hacerlo.

-No pretenderás que lo haga yo, ¿verdad?

-Ralf, él y tú sois la misma persona. Solo tú puedes entender sus razones, y se que solo tú serás capaz de hacerlo, porque si estuvieses en su lugar también desearías la muerte.

-Pero...

-Por favor.

-¡Yo no soy programador! ¡No se lo que tengo que hacer para... para... para matarle!

-Solo debes borrar la memoria de los ordenadores. -María le entregó una hoja- Simplemente teclea estas instrucciones desde el terminal principal.

-Si es tan fácil, ¿por qué no lo haces tú?

-Porque RALF desea que seas tú quien lo haga. Tú eres algo más que un amigo para él; eres su hermano gemelo. Si alguien me tuviese que quitar la vida para ahorrarme un sufrimiento, preferiría que fuese alguien a quien quiero de verdad.

Ralf no supo qué decir. Se levantó, se puso una cazadora, y salió, no muy seguro de sí mismo.

El adiós

Ralf entró en el centro y se cruzó con Tony y con El Presidente. No fue capaz de mirarles a la cara.

Estaba claro que ellos sabían a qué había venido. Tenían que saberlo. Sin embargo no habían intentado detenerle. ¿Por qué? Aquel era el sueño de su vida, y él había venido a destruirlo. ¿Por qué no alertaron a seguridad? ¿Por qué le dejaban seguir adelante?

Sumido en esos pensamientos llegó al laboratorio 1.01; con paso inseguro entró y se acercó al terminal.

-RALF...

El soporte de las cámaras giró hasta encontrar el familiar rostro.

-Hola.

Lo sabía; RALF sabía que él estaba al corriente de su depresión.

-He estado hablando con María... ¿es cierto lo que me ha dicho? ¿De verdad quieres... morir?

-Sí. No soporto más este estado. Estoy aburrido de mi vida. No tiene ningún sentido.

-Te comprendo.

-No, no me comprendes. No sabes por lo que estoy pasando: pensar que nunca voy a poder casarme, tener hijos... el personal del centro... me trata solo como a un instrumento al que no hay que tener en cuenta, y no como a un ser humano. Y además, estar aquí siempre, quieto, sin libertad, es algo horrible. No quiero seguir viviendo si voy a seguir sufriendo así.

-Pero... ¿y si te diesen un cuerpo? ¿Un cuerpo robótico idéntico al de un hombre? Podrías llevar una vida normal, ser un hombre perfectamente integrado...

-No conseguiría nada. Seguiría siendo propiedad de este centro, y podrían seguir haciendo conmigo lo que quisiesen. Soy un ser humano, pero me seguirán viendo como a una máquina.

-Imagino lo que sientes, pero tal vez deberías pensarlo más -suplicó Ralf-. Por favor.

-No quiero pensar más. Hacerlo solo me produce dolor. Quiero disolverme, morir, de una vez.

Ralf sabía que no tenía elección. Se acercó al teclado del terminal y con miedo, empezó a teclear las instrucciones escritas en el papel que le había dado María.

-Gracias Ralf. No se como agradecértelo.

Ralf casi no era capaz de seguir. Tenía el alma encogida; pero tenía que hacerlo. Sabía que él, en la situación de RALF, también desearía morir. Siguió tecleando. Las extrañas palabras iban subiendo por la pantalla a medida que iban siendo introducidas y aceptadas. Cada nueva instrucción era una paletada más de tierra en la tumba de RALF. Cuando por fin llegó a la última línea, se detuvo.

-RALF, solo tengo que... apretar RETURN, y borraré la... la memoria de los ordenadores... -le costaba hablar- Por favor, ¿Estás seguro? ¿De verdad quieres que lo haga?

-Sí.

Levantó su brazo, y lentamente acercó su mano a la tecla, pero le detuvo la voz que salió del terminal.

-Ralf...

Apartó la mano. Suspiró.

-¿Sí?

-Cuando veas a María, dile...

-¿Qué?

-Dile a María... que la quiero.

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